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El volcán corta el grifo de los acuíferos dulces del oeste de La Palma

Los palmeros sospechan que las fumarolas blancas que salen del cráter son fruto del contacto del magma con el agua que almacenan en las entrañas de la isla

Es una isla con el corazón de lava y agua dulce subterránea en el océano Atlántico. Es La Palma, un territorio de 2.400 metros de altitud y poco más de 700 kilómetros cuadrados surcados por manantiales naturales que se nutren del agua de la lluvia y de la nieve junto a pozos y galerías hechas a mano desde la época de la Conquista, en el siglo XV. Cauces cristalinos ahora amenazados por el volcán Tajogaite –montaña quebrada en benahoarita, la lengua de los aborígenes palmeros– que ha sepultado con toneladas de piedra negra toda la riqueza del oeste de la Isla.

Uno de los principales depósitos de agua dulce se encuentra cerca del macizo de Cumbre Vieja, a cinco kilómetros del volcán, que expulsa lava desde el pasado 19 de septiembre convirtiendo en ceniza el modo de vida de los palmeros. Su ingente caudal de titularidad pública, drenado por dos galerías en la cordillera dorsal de la isla, no está contaminado por los gases volcánicos, según las mediciones del Consejo Insular de Agua, pero los mayores del lugar desconfían. Curtidos por la experiencia de otras erupciones, sospechan que las fumarolas blancas que salen del cráter son fruto del contacto del ardiente magma con el agua fresca que almacenan en las entrañas de la Isla. Otro desastre a la vista, auguran apesadumbrados.